08 agosto 2010

Impa, la fábrica que produce cultura y educación

La mole silenciosa emerge sorpresiva en la calle Querandíes al 4200. La rodea el ferviente barrio de Almagro, centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires. Parece deshabitada. El edificio, frío, ocupa toda una manzana y se recuesta sobre las vías del ex ferrocarril Sarmiento. Pero puertas adentro, Impa (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentinas) vive: por la mañana hay máquinas fabricando envases de aluminio, con obreros en plena faena; por la tarde, un bachillerato para adultos con más de un centenar de alumnos; y por la noche, artistas ofreciendo sus obras de teatro y una decena de talleres culturales en marcha. Es más, en poco tiempo más comenzará a funcionar una universidad para trabajadores.

Impa, la fábrica, se fundó en 1910, con capitales alemanes. Su actividad principal era la fundición de cobre. Luego tuvo su tiempo de gloria a partir de 1945, cuando el primer peronismo la expropió. Pero la inestabilidad fue su marca histórica y en 1961 pasó a detentar estatus de cooperativa. Tuvo más de 300 trabajadores, hasta que en los años 90 empezó su declinación, hasta tocar fondo en 1998.

“Decidimos tomar la fábrica para evitar que cerrara. No teníamos idea de cómo gestionar. Fuimos preguntándole a los conocidos, a dirigentes gremiales, políticos. Todo a partir de cero”, explica Marcelo Castillo, sanjuanino, en Impa desde comienzos de los años 80.

El principio global que guía la toma de las fábricas por parte de los trabajadores —ante la inminencia de su cierre— radica en la siguiente ecuación: los obreros tienen un crédito laboral —las indemnizaciones— que ante la situación de quiebra se perderá. Entonces surge como respuesta: “Apropiémonos del edificio y las máquinas para capitalizarnos y realizar nuestros deudas”.

Entre máquinas y desafíos

Con un tránsito muy dificultoso en el plano legal, económico y productivo, Impa desarrolló junto a las máquinas metalúrgicas un universo cultural. Y así constituyó su marca distintiva, “La fábrica cultural”. Una docena de talleres de percusión, música, guitarra, acrobacia, entre otros, coexisten con los viejos balancines metalúrgicos.

Fue a partir del 98 cuando todo cambió. “No teníamos nada, ni plata, ni material de trabajo, tampoco sabíamos cómo vender y comprar, ni manejar una cuenta bancaria”, explica Castillo, un trabajador que llegó a la gran ciudad casi adolescente y que no traía más que una formación escolar básica. De la gran ciudad, cero conocimiento.

“Llegué de San Juan a Buenos Aires con 17 años. Entré en Impa, era mi mundo. Aprendí a manejar la máquina, me hice el oficio, pero de ahí a manejar una empresa, había un distancia larga”, recuerda Castillo, orgulloso, desde las actuales oficinas administrativas de Impa con huellas de antiguo esplendor.

Eduardo Murúa, con experiencia sindical en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), miembro y conocedor de la gran ciudad, llegó a Impa con la toma de la fábrica, a fines de la dramática década de congelamiento económico que impuso en el menemismo.

“Vimos que los métodos de lucha tradicionales, por salarios y mejores condiciones laborales, ya no resultaban. Estábamos cerca del 40 % de desocupación, el problema era otro. Ahí vemos que el nuevo camino es la ocupación de las fábricas que iban cerrando. De Impa nos vienen a ver a la CTA, y poco tiempo después decidieron ocupar la fábrica”, cuenta Murúa a Señales.

Por entonces eran 40 trabajadores manuales, no tenían vendedores ni personal de administración. Hacia 2005 llegaron a 150 trabajadores, pero hoy la actividad volvió a declinar, son unos 50 trabajadores.

Murúa se quedó y se hizo parte de Impa, y como referente político del grupo no quiere ni oír hablar de la presunta afinidad del gobierno nacional respecto de las empresas recuperadas: “Le hacen creer a la sociedad que nos están ayudando, pero es falso. Las empresas recuperadas nos estamos autoexplotando, con salarios de hambre y pagando el 60 % de tasa interés anual para cambiar cheques en el circuito financiero en negro. No tenemos capital de trabajo, ni desarrollo de nuevos productos, ni renovación tecnológica. Lo nuestro es la subsistencia precaria, en lo salarial, lo productivo y lo legal”, plantea con dureza el dirigente.

Impa atraviesa un proceso de expropiación —por una ley de expropiaciones de la Capital Federal— junto a otras 25 empresas de la ciudad de Buenos Aires. Pero nunca se efectivizó el pago indemnizatorio, en este caso a la quiebra, o sea al juez que lleva la causa.

El proceso judicial de Impa produjo la curiosa situación de que el juez declaró inconstitucional la expropiación, lo que fue apelado a la Cámara. Ese estado de limbo legal determina, entre otras consecuencias, que la fábrica funcione con un generador mecánico a partir de no contar con el servicio eléctrico, ni de gas.

—¿Cuál es la diferencia de fondo con el Estado?

—Estamos perdiendo en la medida en que no tengamos una capacidad de movilización mayor para arrancar nuestras reivindicaciones a los gobiernos, que han elegido un tipo de desarrollo económico capitalista.

Una propuesta integral

En Impa entienden la fábrica como un complejo de vida integral para sus trabajadores, “lo productivo, con desarrollo en salud, educación y cultura para el pueblo. Esta es la ley que nosotros impulsamos desde 2004”, advierte Murúa.

Sin embargo, y a pesar del abismo que parece separarlos del gobierno nacional, Murúa acepta que reciben “algunos subsidios menores que en verdad no significan nada al lado de los que el Estado destina a las grandes empresas, los monopolios y algunas pymes”.

La totalidad del medio centenar de trabajadores de Impa —al igual que casi todas las empresas recuperadas en crisis— reciben la ayuda del Ministerio de Trabajo (los Repro) que consiste en 600 pesos mensuales de adicional por cada trabajador. En el caso de Impa, se suman a los 400 pesos semanales que obtienen de su labor, totalizando unos 2300 pesos mensuales, una cifra inferior al promedio de convenio que hoy están cobrando los trabajadores metalúrgicos de la economía privada.

Los trabajadores de Impa producen y venden distintos envases para la industria farmacéutica y también para ferreterías.

Para ellos, es obvio, es clave lograr ciertos estándares productivos pero también sostener el centro cultural y el bachillerato para jóvenes y adultos, a lo que ahora se sumó la creación de la Universidad de los Trabajadores. Un nuevo desafío para la fábrica cultural.

http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2010/8/edicion_93/contenidos/noticia_5031.html

Categorizado | Industria Nacional

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