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Plan Raíces: desde el 2003 se repatriaron 600 científicos

Posted on 31 agosto 2009 by hj

Desde 2003 ya regresaron 600 científicos. Adrián Turjanski es el «repatriado» número 600 del Programa Raíces, una red de vinculación de científicos argentinos residentes en el exterior lanzada en 2003 por la Dirección de Relaciones Internacionales del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
Como muchos investigadores argentinos después de hacer un doctorado y un posdoctorado en el país, Adrián Turjanski decidió irse a completar su formación en el exterior. Pidió una beca Pew y en 2005 estaba en Washington trabajando en los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos.

Pero hoy está de regreso en Buenos Aires, ya como investigador del Conicet y profesor adjunto de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.

Turjanski, especialista en simulación computacional de sistemas biológicos, es el «repatriado» número 600 del Programa Raíces, una red de vinculación de científicos argentinos residentes en el exterior lanzada en 2003 por la Dirección de Relaciones Internacionales del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (en ese momento, secretaría). El programa ofrece un «subsidio de retorno» que cubre el pasaje de regreso y un monto de 5000 pesos, que puede ser utilizado para compra de equipamiento, gastos de mudanza u otro pasaje, a científicos argentinos que tengan una oferta de trabajo en el país. En caso de que el investigador no tenga una oferta laboral, se le ofrece la difusión de su currículum en una base de datos de 3500 empresas, institutos y universidades. Esta tarde se anuncia la promulgación de la ley que lo convierte en política de Estado.

Algunos regresaron después de dos años, el tiempo que habitualmente exige un posdoctorado en el exterior. Otros, luego de veinte. Hay quienes reconocen que lo hicieron para restablecer vínculos familiares dañados por la distancia. Otros, porque quieren defender la universidad pública, o sienten el compromiso de contribuir al desarrollo científico local y a la construcción de una sociedad, la propia, más justa. Para algunos, el choque con la realidad local fue más duro que para otros.

«De alguna manera, me fui con la idea de volver, pero, lógicamente, varias veces dudamos sobre qué hacer -confiesa Turjanski, que se trasladó a los Estados Unidos con su mujer, odontóloga, y su hijo Matías, de un año-. Uno siempre tiene sentimientos ambiguos. No es fácil encontrar un espacio. Todavía no tengo mi propia casa… Pero de a poquito voy teniendo estudiantes, voy armando mis propios cursos. Hay que tener paciencia. Estoy contento.»

Las áreas de estudio de estos investigadores van desde la tecnología de alimentos (como Ariel Vicente, que volvió a trabajar en la Universidad de La Plata), hasta la genética de la diabetes (tema de Mariano Taverna, que se incorporó en el Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral Profesor Ricardo Margni, del Conicet y la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA), las neurociencias (especialidad de Paula Faillace, que utiliza la retina del pez cebra como modelo para estudiar mecanismos de crecimiento, diferenciación y regeneración de neuronas en el Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA), o los orígenes del terrorismo de Estado (tema de tesis de Mario Ranaletti, que volvió después de haber pasado seis años en Francia para reinsertarse en la maestría de historia de la Universidad Nacional Tres de Febrero).

El balance que hacen los científicos de la experiencia en el extranjero, es, en general, excelente.

Para Héctor Miguens, especialista en derecho concursal que pasó no uno, sino tres períodos diferentes en el exterior, lo mejor fue «haber podido palpar una forma de trabajar con rigor, con un adecuado manejo de fuentes de investigación y ejemplos de creatividad que, en nuestro país, son difíciles de encontrar».

Turjanski opina que la oportunidad de trabajar en un país desarrollado es más que interesante, «sobre todo por el acceso a los colegas en un medio de gran concentración de científicos de alto nivel».

Para el matemático Ignacio Viglizzio, que junto con su esposa, Ana Maguitman, licenciada en ciencias de la computación, volvió de la Universidad de Indiana a la de Bahía Blanca, fue totalmente positivo, «tanto en el aspecto académico como en el personal». Explica: «Pude conocer diferentes culturas y ser más consciente de los prejuicios que existen aquí».

Adolfo Villanueva, doctor en ingeniería y especialista en recursos hídricos que vivió 20 años en Brasil antes de regresar al Instituto de Hidrología de Llanuras de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, coincide: «Fue muy bueno. Técnicamente, el [Instituto de Investigaciones Hidráulicas, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul] es excelente. Además, pude recorrer el mundo e independizarme de la influencia de España».

Sin embargo, las opiniones sobre el rumbo de la ciencia local son divergentes. Villanueva, por ejemplo, considera que «falta visión estratégica acerca del papel que cumple la ciencia y la tecnología en el desarrollo del país». «Consciente o inconscientemente, todo se centra en grandes descubrimientos, en patentes revolucionarias -afirma-. Ese es el lado chic de la investigación, pero no el más importante. Brasil no tiene ningún premio Nobel, tiene menor índice de publicaciones que nosotros, pero su sistema científico es muy superior al nuestro e incorpora mucha más tecnología de punta en su sistema productivo.»

Turjanski siente que «la situación para los científicos mejoró muchísimo y hay expectativas de que seguiremos avanzando». Ranaletti piensa que «las perspectivas son alentadoras».

El físico Diego Arbó, que volvió para trabajar en el Grupo de Colisiones Atómicas del Instituto de Astronomía y Física del Espacio, del Conicet, dice que espera que «en el futuro haya subsidios más significativos, se simplifique la burocracia, y haya concursos limpios».

Federico Balaguer, ingeniero en software que retornó desde la universidad norteamericana de Urbana-Champaign, dice estar contento, aunque agrega que «la falta de previsibilidad es algo que mina muchos esfuerzos».

Vicente afirma que en el fondo todavía mantiene «el idealismo de creer que en nuestro país se puede hacer ciencia de buen nivel». Y agrega: «Veo que la situación ha mejorado. Pero hay que aumentar el apoyo a la ciencia como motor de cambio. Si bien el presupuesto creció, es fundamental que las políticas se sostengan y que aumente la vinculación entre grupos de investigación del país y del exterior, con el sector privado y con toda la sociedad».

Faillace, por su parte, explica: «Creo que mis aportes al sistema científico pueden ser mucho más valiosos aquí que en los Estados Unidos. A veces pienso que la emoción que siento cuando a este país le pasa algo bueno o se atisba un cambio de mentalidad, también tuvo su peso en mi decisión de volver. Muchos de los miedos de no saber si iba a poder sobrevivir económicamente haciendo ciencia ya no están. Estoy contenta». (Fuente: Nora Bär / La Nación)

http://infoalternativa.com.ar/home/index.php?option=com_content&task=view&id=1843&Itemid=37

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