Taté Moretti obtuvo ese reconocimiento en el World Gin Awards. Su vodka, además, ganó la presea de plata. Es la primera vez que Argentina consigue ese logro. Licenciada en Finanzas, trabaja en un banco y vive en Neuquén. Hace cuatro años, junto a su marido, comenzó con una pequeña destilería familiar. Cultora del whisky y las bebidas blancas, desafía al estereotipo que las asocia a los varones .
En lo primero que pensé cuando me contaron sobre la argentina que había creado un gin con nombre de mujer y esencia de flores premiado en la tierra de Guillermo III, fue en Doris Lessing. Cuando en 2007 la novelista británica fue sorprendida por la prensa con la noticia de que había ganado el Nobel de Literatura al llegar a su modesta casa en las afueras de Londres, solo atinó a entrar para poner en un florero el ramo que alguien le dio en la puerta y volver a salir para sentarse en un sillón de la galería. Con una mano se agarró la cabeza, y los fotógrafos captaron la marca de su incredulidad en cada arruga de sus 87 años. En la otra sostenía un vaso que hizo oler a uno de los periodistas para demostrarle que lo que tomabano era agua mineral: estaba celebrando con un gin & tonic.
Taté Moretti escucha la historia por zoom con una sonrisa desde Cipolletti. La autora de El cuaderno dorado, una biblia sobre la libertad y los derechos de las mujeres, murió a fines de 2013, justo cuando la licenciada en Finanzas, que había vivido casi dos décadas con su marido lejos de su Patagonia natal, decidió pedir el traslado desde el banco en el que trabajaba en Buenos Aires. Quería que sus hijos Luca (11) y Ciro (9) crecieran en el Valle. Querían, ella y Hernán, empezar de nuevo, apostar a otro estilo de vida.
Como si hubiera un hilo que la une a la escritora inglesa más allá del gusto por las bebidas blancas. Una vocación innata por derribar mandatos. Un gesto que se repite: Moretti quería que abrir las botellas de Gina –el gin bautizado en honor a su hija menor, de cinco años, al que diseñó en Patagonian Distillery, la pequeña destilería familiar que fundó en Neuquén, y que acaba de recibir la medalla de oro en el World Gin Awards de Londres– se sintiera “como abrir un frasco de perfume”. Así sumó al enebro silvestre de la cordillera andina, baya base de la ginebra, un set botánico con pétalos de rosa y de jazmín, y flores de azahar, lavanda, manzanilla y sauco. Como Lessing al hacerle oler su trago al periodista, Moretti percibe con sensibilidad femenina algunas cosas que, incluso hoy, algunos suponen reservadas a los hombres. La etiqueta violeta y rosa de su gin y el corazón que forman las alas de la lechuza en la botella de su vodka, Noctua –también premiado en Londres con medalla de plata– son un desafío persistente y alegre a esas convenciones.
–Volver después de casi veinte años al Sur cuando tenías tu vida armada en Buenos Aires, abrir una destilería en pleno boom de las cervecerías y en una región donde la tendencia es la sidra, y además apuntar a que las consumidoras fueran mujeres, ¿fue deliberado dar tantas batallas a la vez?
–¡Sí! Yo me propuse esto, no surgió porque sí: lo salí a buscar. Con Hernán somos neuquinos los dos, amigos desde los 15 años. Nos fuimos a estudiar a Buenos Aires como nos pasaba antes a la mayoría; él trabajaba en el área de Comunicación Institucional de una empresa importante, yo en el banco. Volvíamos sólo a visitar a la familia y a los amigos con nuestros dos hijos mayores, que son porteños, hasta que nos cayó la ficha. Lo planteamos los dos a la vez, dijimos: “El primero que consigue un trabajo o el traslado, el otro acompaña”. Y bueno, me ofrecieron un puesto en sector de Inversiones en la sucursal de Neuquén, y en enero de 2014 ya estábamos acá. Al año y medio nació nuestra hija Gina.
–Le faltaban elementos al cóctel y sumaste maternidad.
–Es que yo ya tenía en la cabeza que quería tener tres hijos, y Hernán, y la suerte, me acompañaron. Porque también hay mucha gente que planifica y no puede, o mujeres que no tienen el apoyo de sus parejas o una red. Yo nunca dejé de trabajar, nunca me costó crecer. Sigo levantando la bandera de que estudié una carrera disruptiva en su momento, porque cuando me recibí de licenciada en Finanzas, de 20 egresados, sólo 4 éramos mujeres; parecía un ambiente en el que los únicos que tenían lugar eran los analistas de la Bolsa que, por supuesto, tenían que ser varones.
–Bueno, con la destilería te pasó algo parecido.
–Claro. Nosotros nos pasamos un par de años buscando alternativas, estudiando el mercado. Arrancamos con el proyecto de la destilería en 2017, y al principio elaborábamos solamente vodka. Y mi interés en la destilación fue de la mano con la pregunta: ¿por qué vodka? Era una bebida mal vista, cuando íbamos a ferias y yo se lo ofrecía a la gente para probar, arrugaban la cara, como diciendo “ni está de moda, ni a nadie le gusta tanto”. Pero yo insistía: “Probalo, vas a ver que te va a gustar”, y las reacciones eran positivas, porque destilando vodka entendí la manera de encontrar un buen alcohol. Es una bebida en la que se valora que no tenga gusto a nada, entonces el objetivo es lograr algo que sea bueno, pero que sea neutro, y eso te obliga a pensar “¿cómo lo mido? ¿dónde lo encasillo?”. Y claro, esto de que soy una mujer que hace vodka, cuando se suponía que tenía que estar hecho por un ruso con un marinero tatuado en el brazo.
–No sólo era una bebida de machos, ¡era de machos borrachos!
–Yo quería romper con el prejuicio de que la bebida blanca es cosa de machos. Le pusimos Noctua, qué significa “lechuza”; la imagen de la etiqueta tiene una lechuza (la acerca a la pantalla) con pestañas largas y alitas que forman un corazón. Mi idea era lograr lo que pasa ahora con el whisky. Hace veinte años, cuando estábamos de novios, si salíamos y yo me pedía un whisky y Hernán una cerveza, el whisky se lo daban a él. En este mercado hay mucho por mostrar del lado de la mujer, mucho que está invisibilizado, no sólo el consumo. No se habla del trabajo de las mujeres en los bares, de las chicas que se rompen el lomo atrás de las barras en horarios nocturnos, enfrentándose a veces a situaciones incómodas. Son cosas que se están revirtiendo y que son parte de la lucha que venimos dando todas, donde todavía hay mucho camino para transitar. Pero yo veía que podía hacer algo que fuera diferente, algo para visibilizar todavía más que las mujeres también consumimos bebidas blancas.
–¿Y cuándo surgió el gin?
–A esa primera destilería en la que hacíamos sólo vodka la teníamos en Cipolletti, y pronto nos tuvimos que mudar porque nos quedó chica. Entonces elegimos montar nuestro emprendimiento en la ciudad de Neuquén –en otra provincia, pero al otro lado del río–, y yo empecé con el proyecto de diseñar un gin propio. Y todo calzaba justo, porque ya teníamos a Gina, que había cumplido tres años, y yo era una mujer que iba a hacer gin, tenía que llevar el nombre de mi hija. Pero no podía quedarme sólo con eso. Pensaba: “¿Cómo hago para que sea representativo de todo esto que quiero contar, para que tenga esa identidad? No puede ser pepino y cardamomo, tiene que ser distinto”. Entonces fui a buscar las flores.
–¿Y para crear ese blend botánico tan particular trabajaste sola, o convocaste a alguna “nariz” experta?
–Sola, fui aprendiendo, probando combinaciones. Fueron muchas pruebas y errores hasta encontrar la alquimia en el proceso de destilación, en el que se infusionan el alcohol y los botánicos en distintas proporciones, se dejan reposar, y esa mezcla se pasa a un alambique, que es un circuito cerrado donde el alcohol se evapora y se vuelve a condensar. Hay dos o tres botánicos fundamentales, como el enebro, que le da el carácter, y que junto con coriandro, angélica y alguna pimienta que no destaque, forman el clásico London Dry Gin. Yo quería ir más allá: lograr que no fuera astringente, que fuera sutil, pero, a la vez, que tuviera la intensidad que tiene que tener una bebida que, después de todo, tiene 43º de graduación alcohólica. Lo que hace ese combo mágico es el enebro andino, que es una baya negra silvestre que, si la abrís, es como oler ginebra pura; más el bouquet de flores. Algo que a mí en la cabeza me sonaba como una banda de rock: el enebro es la guitarra o la batería, y las flores, el colchón de pianitos, las sutilezas… ¡Uy, mirá! Hablando de Gina, ahí está llegando del colegio… ¡Vení, Ginita!
La benjamina de la familia se acerca y saluda, mientras su mamá explica: “Nunca vinculo a mis hijos con la destilería porque vendemos alcohol y son menores, pero ellos participan de nuestras rutinas y proyectos. Para nosotros volver acá tenía que ver con poder estar más cerca de los chicos; entonces, aunque vamos, venimos, yo sigo en el banco, y siempre estamos ocupados, ganamos tiempo juntos, porque en Buenos Aires llegábamos a casa a las 8 de la noche para comer y acostarlos a dormir, y ahora nos acompañan en todo. Crecieron durmiendo en reposeras, atrás de los stands de dos por dos de las ferias, o yendo con nosotros a la Municipalidad a hacer trámites para conseguir habilitaciones. Los más grandes a veces reclaman: ‘¡Basta de hablar de la desti’, porque es un tema constante. Y Gina, desde que descubrió que la marca tiene su nombre, dice: ‘¡Ay! ¡Todos hablan de mí!’ Es un personaje”. Lo compruebo en el intercambio, que dura poco, porque la chiquita se aleja corriendo antes de que la imaginemos cuando tenga edad para llegar a fiestas con su nombre impreso en las botellas de la ginebra de las flores.
–¿La etiqueta de tu gin es violeta, el color del feminismo, esa fue otra de las sutilezas para apuntar a que las mujeres se apropiaran del producto?
–Me gusta que parezca que sí, pero en realidad fue para no segmentar tanto la propuesta, porque la primera etiqueta que hicimos era rosa furioso, ¡y también queríamos que los varones pudieran agarrar la botella de nuestro gin y llevarla a un asado y ponerla con orgullo arriba de la mesa! De cualquier manera hoy el 70% de nuestras clientas son mujeres, lo que habla de cómo cambió el consumo.
–¿Cuál fue el mayor prejuicio con el que te encontraste en el camino?
–Siendo mujer, siempre lidiás con prejuicios. Te dicen: “¿Por qué hacés algo que no tiene que ver con tu rubro? ¿Qué tiene que ver con vos esto?” Y tengo que aclarar que tiene que ver con mi espíritu y mi esencia. Pero insisten: “¿Sos bioquímica?”. No, no soy bioquímica, trabajamos con una ingeniera química –mujer– que avala los procesos, pero no es empleada. Lo mismo con el tiempo del que disponés, que alguno te dice: “Pensá en los chicos”. Me pasa con mi mamá, que me ofrece: “Che, dejame los chicos”. Y no, porque yo quiero que compartan y aprendan lo que es el emprendedurismo, no puedo separar mi familia de la destilería. Y después están los que me dicen: “Bueno, ¿en algún momento vas a renunciar al banco?”, como que también molesta que tenga otro trabajo, que sea la cara visible, y que con mi marido vayamos los dos a buscar a los chicos al colegio o nos repartamos tareas. Y sí, yo puedo hacer muchas cosas porque somos un equipo perfecto. Corrimos un riesgo; hace 21 años que estamos juntos, y por primera vez nos involucramos en un proyecto laboral compartido. Podría no haber funcionado, y obviamente a veces no estamos de acuerdo, pero siempre usamos la misma fórmula con la que criamos a los chicos: lo charlamos y vamos para adelante.
–En cuatro años pasaron de tener un emprendimiento familiar chiquito a ser premiados tres veces en Londres (además de los galardones mencionados, el gin ganó el bronce en el International Wine & Spirit Competition 2021), ¿pudieron mantener la impronta artesanal?
–Seguimos siendo tres, como al principio: Hernán, yo, y un solo empleado. Y eso es precisamente porque sigue siendo un proceso artesanal, muy estandarizado, donde por momentos se trata de ver y controlar cómo cae el alcohol. Y después etiquetamos todo a mano.
–No sos de quedarte mucho tiempo en tu zona de confort me parece, ¿cuál es el próximo desafío? ¿Qué más se puede lograr después de que los mejores en lo que hacés te digan que sos la mejor?
–Obviamente un premio como ese te da más confianza, fue lo que terminó de ponerme orgullosa. Yo estaba convencida de que el producto era genial, pero esto era distinto, era decir: “¿Qué opinan los que saben en donde se dice que es donde más saben?” Y ahí no estaba yo para vender mi idea de gin perfumado, de las flores, de mi hija, porque en esos certámenes las catas son a ciegas: va el gin en una copita con un número, en medio de otras tantas copitas, con una persona que no sabe ni quién soy, ni cómo me llamo, ni nada. Para mí eso fue consagratorio.
–Te preguntaba antes si trabajabas con una nariz experta, pero ahora entiendo que sos vos.
–Es que se va entrenando. Muchos dicen: “Pero vos salís del banco y te vas a la destilería, probás y después te vas a buscar a los chicos?” Y no, yo pruebo con un gotero, me doy cuenta cómo ir logrando el producto sin tener que tomarme una copa de gin tonic. Por supuesto que después me la tomo la copa para ver qué tan bueno salió, pero en el proceso de búsqueda no te la pasas tomando.
–No te la pasás tomando, pero es parte de tu trabajo. ¿Nunca te agarraste una borrachera de morirte?
–(Suelta una carcajada). ¡Muchas claro! Y cuando hago un gin, al que se lo mando, le digo: “Sabés qué, probalo, pero agarrate un buen pedo, porque la forma de darte cuenta que el producto es realmente bueno también, si al otro día estás entero, o no”. Nosotros igual siempre fomentamos el consumo responsable como algo básico, porque lo que hacemos tiene que ver con pasarla bien y con la buena vida, y esa es la única forma de disfrutar.
–Voy a aprovechar que estoy con la más sabe de gin según los que más saben: ¿Tenés alguna sugerencia para un gin & tonic distinto?
–Te voy a dar dos recetas. La primera es un clásico, Tom Collins, pero con un twist, que es agregarle romero. Entonces, batís en una coctelera una parte de Dry Gin, una parte de jugo de limón y una parte de almíbar de romero. Lo servís en un vaso con mucho hielo, dejando lugar para la tónica o soda. Después, agregás piel de limón y una ramita de romero. La segunda la hice para un bar de Cipolletti que es el centro cultural y feminista de la ciudad, ahí festejamos por ejemplo la legalización del aborto. Al trago lo bauticé Casa Rosada, y es muy fácil: ponés mucho hielo en un vaso con buena capacidad, y directamente agregás una parte de Dry Gin, una parte de jugo o gaseosa de pomelo, y un poco de almíbar de Malbec. Le agregás piel o una rodaja fina de pomelo o una hojita de menta, ¡y a disfrutar!
Fuente: Infobae
https://www.infobae.com/sociedad/2021/08/08/es-argentina-y-creo-un-gin-que-gano-la-medalla-de-oro-en-londres-hay-que-romper-con-que-las-bebidas-blancas-son-cosa-de-machos/